viernes, 11 de abril de 2014

La Hoja

Eran apenas unos jóvenes risueños, la vida resplandecía en la cima de sus años dorados. Se amaban. En su camino derrochaban luz y felicidad, tomados de la mano, entrelazados, convalidando así el pacto tácito de tenerse el uno al otro para siempre. El amor parecía infinito, y de hecho, así fue.

Se recostaron sobre el pasto de una vieja plaza que fue testigo de aquel momento inminente. Las sonrisas sólo cesaban para darle lugar a los besos más sinceros que la naturaleza haya sido capaz de presenciar. Sobre ellos, un árbol tan viejo como la plaza misma los recubría, casi protegiéndolos. Parecía como si el árbol pudiera nutrirse de ese amor y así estar más vivo que nunca. Él la miró fijamente, intuyendo que ella le diría algo importante. Las palabras practicamente cayeron de la boca de aquella muchacha repleta de ilusiones.

--Mira, ¿ves aquella hoja? La que está sobre nosotros.-- El muchacho asintió cálidamente. --Este será nuestro lugar en el mundo, nuestro punto de partida y de llegada. Acá, en este árbol, que representará nuestro amor. Y esa hoja, permanecerá siempre aferrada a su rama como nosotros permaneceremos unidos el uno al otro. Nada la hará caer, ni la tormenta más grande, ni siquiera el infalible otoño. Cuando te sientas perdido, mira esa hoja y sabrás que te amaré.--

Los años transcurrieron, más de 6 décadas pasaron en un abrir y cerrar de ojos desde aquel día de la plaza. Ellos volvieron, al menos una vez por año, para celebrar su unión en aquel árbol. La hoja, aquella hoja que representaba todo su amor seguía allí, aferrada, fuerte, más viva que nunca. Si habrán pasado otoños e inviernos, vientos y tormentas localmente fuertes, pero la hoja seguía ahí, sostenida por la fuerza de su amor. Un hecho increíble para cualquier otra persona en el planeta, pero a ellos no los sorprendía. Sabían que su amor podía producir todo tipo de milagros, estaban convencidos de ello.

Los días grises llegan para todos, incluso para esta pareja feliz. Ella hace años que luchaba contra un tumor cerebral maligno. Nunca se lo había dicho, no quería que él se preocupará, que borrara aquella sonrisa de su ya envejecido rostro. La lucho sola, como pudo, hasta que el tiempo se termino. Él lloro como nunca antes en su vida. Cuanto podía llorar alguien por el amor de su vida, comprendió que el llanto puede ser eterno.

Se sintió perdido, como nunca antes. Cuando pudo secar sus lágrimas, recordó las indicaciones de su amada en los mejores momentos de su vida. Fue hasta aquél árbol, tenía miedo de si la hoja seguiría allí. Al llegar, las lágrimas volvieron a salir involuntariamente. La hoja, aquella hoja que se mantenía viva a través del amor, seguía allí, tan firme como siempre. Después de todo, comprendió que el amor es incluso más fuerte que la muerte.

Volvió a aquel lugar todos los días durante 5 años. Apenas si podía caminar, pero eso no le impedía hacer las 20 cuadras a pie que separaban su casa -aquella casa donde pasaron una vida juntos- de la plaza mítica, del árbol, de su hoja.  El dolor de sus articulaciones no era mayor a la tristeza que había en su corazón. Ni un sólo día dejo de extrañarla, de quererla. La única manera de demostrarlo que tenía era yendo a ese árbol. Y siempre que viera la hoja aferrada a la rama, él sabría que ella aún lo amaba.

Murió recostado sobre el pasto, mientras miraba por última vez la hoja firme flameando por el viento. Sonrió, y se dejo caer en un sueño profundo del cual ya no despertaría. En ese preciso instante, la hoja se desprendió de la rama. Se mantuvo en el aire por unos segundos, como observando aquel cuerpo desganado pero con una expresión de serenidad que asombraba. La hoja descendió lentamente, hasta reposar finalmente sobre el pecho de aquel que supo ser un joven amante.

El amor entre ellos seguía vivo a pesar de la muerte, pero ahora flotaba con el viento, al igual que la hoja.

martes, 8 de abril de 2014

Sofía

Hay momentos en que la realidad no es suficiente como para que valga la pena vivir. Entonces, y sólo entonces, hay quienes se refugian en la fantasía. Saben como hacerlo, tan simple como sacar un pasaje a un mundo surrealista donde es imposible sentirse mal; es un mundo único, hecho a tu medida, donde todo se puede.

Ella no quería amor, no quería fama, no quería poder. Para ella, la realización de la felicidad constaba en la expresión misma de sus cualidades artísticas: Su cielo era pintar. Podía pasar semanas enteras pintando aquellos paisajes de antaño, animales exóticos mezclandose con la inmensidad, la luz reflejada de la luna como único farol en una extensa noche. Claro que se encerraba en ese mundo, un mundo de abstinencia social, de esfuerzo y perfeccionismo, de completa auto-satisfacción. Al terminar sus obras, decoraba cada rincón de su hogar. Aquel hogar, con falta de luz, húmedo. Después de algún tiempo ella pensó que ya no era necesario salir más, cada retrato invitaba a realizar un viaje tan intenso que se transformo en algo inútil, e incluso irritante, cualquier tipo de contacto con el exterior.

El tiempo pasaba a ritmo veloz, constante, inalterable. Lógicamente, era imperceptible el paso del mismo para Sofía, quien se encontraba en un estado de transe, una especie de elevación espiritual. La conexión con su núcleo interior, sus sentimientos más puros, un mar de pensamientos cristalinos, un canal directo que comunicaba su esencia con el exterior, un exterior que se nutría de todo aquello que Sofía podía crear.

Su vida fue un misterio. Siempre quise conocerla un poco más, en realidad siendo sincero, siempre quise conocerla. Nunca pude entablar una conversación, más que algunos cruces casuales y un par de miradas cruzadas. Sólo tengo algunos breves recuerdos de cuando lograba verla a través de la ventana de su cuarto, practicamente oscuro, llevando puesta su blusa rosa, el pelo recogido y manchas de pintura en su rostro. Claro que sus manos estaban siempre manchadas de pintura, y al tocarse la cara para correrse el cabello siempre dejaba alguna mancha. O al menos eso supongo yo.

Su último trazo fue gris. No es una metáfora, fue estrictamente gris. Lo curioso es que siempre pintaba en colores, pero esa vez fue diferente. Casi, como si supiera que el fin estaba cerca. De hecho lo fue, tan pronto, que al día de hoy todavía me pregunto si había llegado a terminar aquella obra con distintos tonos de grises. Al pensarlo, todavía no puedo descifrarlo. Parece una mezcla de tinieblas, con una sombra entrelazada. Creo que es una sombra, incluso me animaría a decir que es una sombra femenina. ¿Será ella misma?

Se perdió en aquel mundo, aquel mundo que para ella representaba su verdad. Y se olvido del resto, la vida, la realidad. Dejó de alimentarse, casi ya no dormía. Su cuerpo aguanto lo máximo posible hasta que cayó desmayada en un sueño profundo. Estaba muy flaca, intuyo que muy débil también. Los meses pasaron, y me extrañó el hecho de no ver el más mínimo movimiento desde mi casa, ubicada a penas unos metros de distancia de la de Sofía. Pensé que quizás se había ido, pero decidí estar seguro. De hecho, me puse triste al pensar que se había ido, y ni siquiera había pasado a saludar. Lo más triste es que realmente ella no tenía obligación de contarme absolutamente nada a mí.

Llame a la policía, casi con vergüenza, pero no soportaba la idea de no saber si estaba o no en su casa. Al llegar, descubrieron el horror. Estaba muerta, hace ya algunas semanas. Significo tanto para mí siendo practicamente nada. Me había enamorado, y me dí cuenta tan tarde como era posible. La cantidad de veces que me debatí internamente el hecho de juntar el valor necesario, plantarme frente a su casa y decirle todo lo que sentía. Nunca lo hice, no me atreví. Ahora, sólo me queda un te amo atragantado en el alma que ya no llegará a destino.

Lo único que me quedo concretamente de ella, fue un cuadro recuperado por la policía cuando realizaron las pericias. Me lo entregaron porque dedujeron que era para mí. ¿Cómo lo supieron? No era muy difícil de averiguarlo, en el cuadro estaba pintado el retrato más perfecto que alguna vez hicieron de mí. Sofía tenía esa habilidad, de hallar la belleza de todo lo que la rodeaba, incluso si no tuviera belleza aparente. Claramente tuve que brindar una declaración. Sinceramente no ayude en lo más mínimo, el arrepentimiento de no haber expresado mis sentimientos a tiempo, y suponiendo luego, que eso podría haberle salvado la vida, hicieron que me convirtiera en un mar de culpa y rencor. Sin embargo, era un misterio descubrir que ella había pintado algo sobre mí. En el reverso del cuadro, estaban escritas unas simples palabras. Tan simples, que provocaron el estremecimiento más grande de mi vida. Sólo tres palabras que se convertirían en mi eternidad: Te amo, Sofía.

jueves, 3 de abril de 2014

¡Ey, vos!

¡Ey, vos! Sí, vos. Vos, quien no deja de reprocharse continuamente los errores cometidos, en silencio, casi murmurando en lenguas extrañas. Que no te permitis olvidar, y en consecuencia, seguir adelante con tu vida. Tu pobre vida. Vos que maldecís tu infinita soledad, aquella que vos provocaste al alejar a todos quienes te rodeaban. Que te lastima el dolor pero no sabrías que hacer sin él, ya que cuando se acerca una leve sensación de placer que podría interpretarse como principio de felicidad, descartas inmediatamente aquella posibilidad por lo incomodo que te resulta la idea de ser feliz.

Al caminar miras al suelo, te molesta el contacto visual. Eso te ayuda a creerte invisible; quisieras ser invisible porque sos de aquellos que queres vivir en el mundo pero no pertenecer a él. Te crees un ser oscuro, sombrío, pero no sos más que alguien pidiendo a gritos un destello de luz que encegezca tu propia estupidez. No tenes maldad, pero crees que sí. Eso te hace innecesariamente idiota. Pensas detalladamente cada palabra, pero como un rico que desperdicia sus propios recursos, te limitas a decir incoherencias para no ser tomado en serio. No sé que es peor, si tu complejo de inferioridad o tus continuos intentos por derrumbarte.

¡Ey, vos! No te das vuelta porque no te gusta hacerte cargo, asumir responsabilidad alguna, pero no por incompetencia, sólo por temor. Temor a no poder, temor a ser menos. Incluso, tenes temor de ser bueno en algo, y ser bueno en algo implica que los demás esperen siempre algo aún mejor. Pero no, no sos de esos que alimentan las expectativas mundanas de la sociedad. No tenes actitud, eso te diferencia de un rebelde. Tampoco tenes una finalidad, una meta, nada. Ni siquiera tenes el coraje como para llorar, sé muy bien que hay lágrimas desbordando tu corazón.

Dejame decirte que, a pesar de tu apatía, tu falta de humanidad y comprensión, creo en vos. Sólo por una simple razón. Porque hay una sola cosa que tengo, y eso es esperanza. Tengo esperanza de salir de esta prisión emocional. ¡Ey, vos! Sí, yo. Porque yo soy vos.


lunes, 31 de marzo de 2014

Soltar

Hay momentos duros en la vida, uno de ellos es el momento de soltar. Nos aferramos a eso que queremos, porque nos hace sentir diferentes, nos hace vivir de una manera distinta que nos motiva, eso produce una sensación de necesidad, porque es un sentimiento que nos gusta sentir. Nos descoloca, nos nutre, pero nos vuelve dependientes. Y muchas veces, la vida te pone en situaciones donde no te queda otra opción que dejar ir. La tristeza de saber que algo que produce tanto en nosotros, se va. De hecho, se fue. Pero eso no basta, porque mientras sigamos pensando, mientras sigamos recordando, nunca se irá. Y ese es el problema fundamental, hay que soltar.

sábado, 29 de marzo de 2014

Aprendió a vivir

Acaso el Sol brillaba como pocas veces en los últimos años, un cielo claro, una leve y agradable brisa recorría de punta a punta el campo moviendo ligeramente cada una de las hojas de los árboles que se entregaban sin pudor al movimiento involuntario que provocaba la fuerza eólica. Todos salían, no era para menos, a disfrutar de tan bello día.


El pequeño pájaro había nacido hace algunos días. Su nombre era Dim --o Dimmy, como lo llamaba su madre--, y se sentía sumamente atraído por las sensaciones que generaba su entorno. Eso lo motivaba a salir de su nido, agitaba sus alas como si fuera a despegar inmediatamente y recorriera así el mundo entero. Su madre, intentaba contenerlo. Siempre le decía que las cosas tienen un tiempo para llevarse acabo, y que el hecho de apurarse o atrasarse en hacerlo podían estropearlo todo. Dim no entendía a su madre, no tenía sentido esperar para hacer algo tan magnifico como volar.


Dimmy sin darse cuenta estaba siendo estimulado por su madre para que adoptara el movimiento del aleteo de sus alas de manera natural. Él lo veía como un juego pero era mucho más que eso, mientras que su ansiedad por volar aumentaba a cada momento. Tenía absolutamente prohibido intentarlo todavía, según su madre no estaba preparado aún. Pero Dim estaba en desacuerdo y eso lo iba a llevar a cometer un gran error.


La madre había salido a buscar alimento. Era el momento preciso que Dim necesitaba para intentar volar, por primera vez, dejando de lado los estúpidos ejercicios de entrenamiento. Se paro al borde del nido; realmente nunca había prestado atención a lo alto que se encontraba, o será que en situaciones limite el entorno parece agrandarse más de lo debido. Extendió sus alas, y casi sin pensarlo, se dejo caer. Recordó el entrenamiento, incluso tuvo tiempo para pensar en que estaba en su naturaleza volar, nada podía salir mal. Aleteó, tan fuerte y rápido como pudo. A medida que se iba acercando al suelo, cada vez más rápido producto mismo de la gravedad --la cual él desconocía, al menos de manera experimental-- iba aumentando su nerviosismo, ya que no notaba que estuviera volando, de hecho sólo estaba cayendo.

El accidente estremeció a todos en el lugar. Cada animal se acerco para ver al pobre pájaro inconsciente en el pasto. Ese momento fue infinito, en el cual Dim parecía no respirar, siendo el silencio y la desolación la única respuesta posible a tanto dolor. La madre se acerco, casi sin fuerzas. Sintió una corriente de aire helado recorrer todo su cuerpo, sus plumas ya no brillaban con el Sol de media tarde, que en breves segundos iba a ocultarse tras unas nubes que no tardaron en cubrir el lugar. No eran nubes de lluvia, eran nubes de tristeza.

El tiempo paso, y Dim se recupero. Claro que llevo mucho tiempo, él comprendió que estuvo al borde de la nada, la mismísima muerte. También comprendió que su madre tenía razón, ahora lo veía. El accidente no sólo le abrió los ojos, también le lastimo su ala derecha. Ya había pasado más de un año de aquel hecho, y todavía no podía asimilar el costo de su error: nunca iba a poder volar.

La depresión formo parte de la vida de Dim, ya no era curioso como antes, ya no percibía las sensaciones que su entorno le podía brindar, todo se veía más opaco, con diferentes escalas de grises, sin brillo ni emoción. Su madre lo acompaño en cada momento pero el dolor de ver a su hijo sumergido en semejante abismo la fue consumiendo a sí misma como una vela se derrite con el fuego. Había una pregunta que ella no podía contestarle a su hijo, y eso la lastimaba. --¿De qué sirve un pájaro si no puede volar?-- se preguntaba Dim constantemente. El dolor todavía iba a aumentar.


La noche se instalaba más oscura que nunca. Un ruido imperceptible de fondo anticipaba el mal que se asomaba, sin prisa. El viento testigo de aquella noche empezaba a clamar su enojo ante tal injusticia, mientras la Luna angustiada, parecía querer voltearse para no ver lo que estaba a punto de pasar. Los tiempos difíciles, las preocupaciones constantes y la falta de éxito en conseguir una mejoría en su hijo, hicieron que el corazón de la madre de Dim no soportará más. Aquel día, termino por desgarrar a Dimmy. Por segunda vez en su vida se dio cuenta --tarde, nuevamente-- del segundo error más grande que pudo cometer. Desde el accidente se había olvidado de aquellos que lo querían, se había olvidado de su madre, y lo que ellos sufrían al verlo en ese estado de tristeza y desolación. Ya no vivía, sus días eran lamentos y rencores interminables hacia la vida y sus desgracias. Ahora, la soledad, se presentaba firme para dar el último golpe en la vida de Dim y así destruir la única esperanza que le quedaba, el amor de su madre. Estaba solo y sin identidad.

Camino durante días --de hecho, era lo único que podía hacer--.No buscaba respuestas, no buscaba culpables --sabía muy bien su responsabilidad en todo lo que había pasado-- sino que quería tomar una decisión. --¿Qué hago con mi vida?-- se preguntó reiteradamente. Trató de dejar el dolor a un lado, pero no encontraba un buen motivo para vivir. Había perdido su esencia al no poder volar, había perdido al ser que más quería en la vida, no quedaba mucho más en juego.


Hace más de una semana que la lluvia no cesaba. Dim no había parado de caminar, incluso debajo de la tormenta, como esperando a que alguien más tomará por él una decisión que no podía hallar. De golpe un rayo golpeó con fuerza la rama de un árbol. El viento pareció descontrolarse descargando su furia en todo lo que lo rodeaba. Dim pudo verlo a pesar del temporal, él ya tenía los ojos bien abiertos. De aquella rama impactada por el rayo, caía un nido. Se acerco y pudo ver un huevo totalmente empapado. Rápidamente lo recogió y lo llevo hasta un lugar seguro, para resguardarse del temporal. Ese temporal duro 3 días, siempre con la misma intensidad.


Él cuidó del huevo, esperando por el regreso de la madre. No descanso ni un minuto, por primera vez en mucho tiempo había olvidado sus propios problemas por una causa mayor. Luego de 20 días, nadie apareció en búsqueda del huevo. Dim se sintió frustrado, ya que imagino que su madre hubiera vuelto por él. Pero su madre ya no estaba, y pensó que hubiera hecho ella ante tal situación. De pronto, casi como si el tiempo se hubiera detenido unos instantes, el huevo se abrió. Era una pajarita hermosa. Los ojos de Dimmy --después de mucho tiempo-- volvieron a brillar.

Los tiempos mejoraron, incluso el clima se veía mucho más agradable. La primavera afloraba todo a su alrededor, llenando de color nuevamente todo a su paso. Dim estaba feliz, concentrado en un único objetivo, ayudar a su hija. Una hija que la vida puso en frente suyo, dándole ese motivo que tanto busco. Ella ya estaba grande y lista para su primer intento de vuelo. Dim sabia perfectamente todos los entrenamientos que su madre le había indicado anteriormente para aprender a volar. Era el momento de la verdad. Ella se asomo al borde del nido, acompañado de Dim apoyándola a un costado. Se dejo caer, naturalmente extendió sus alas y empezó a volar. Nunca Dim había tenido un momento tan hermoso y especial como aquel.

Su pequeña hija había aprendido a volar, mientras que Dimmy, después de tanto, pudo aprender a vivir. Comprendió, con una sonrisa imposible de borrar, para que algunos puedan volar y cumplir todas sus metas, algunos otros necesitan quedarse en el suelo para apoyarlos y hacerlos crecer más.
 
--¡Te felicito Azul!-- le grito Dim emocionado. Después de todo, era un día feliz. Y sentía que quizás, su madre, podría estar orgulloso de él otra vez. Su madre, quien también se llamaba Azul.



viernes, 28 de marzo de 2014

Busco en vos


Busco la belleza de tu sonrisa, el brillo de tus ojos y la música de tu voz. Busco la verdad de tus palabras, el camino de tus pasos y el silencio que dejan tus pensamientos. Busco en vos porque te creo, en lo que sos y vas a ser. Busco en vos porque lo siento, mucho más de lo que alguna vez imagine. Y ya no imagino una vida sin buscarte, porque en esa busqueda me encuentro como persona, una mejor persona. Pero lo mejor de buscarte, es que al encontrate, te tengo que volver a buscar.

jueves, 27 de marzo de 2014

Mirá

Míralo a él. Tan sonriente, inocente sobre todas las cosas. Es muy chico para entender que está muy cerca de corromperse a sí mismo sólo para sobrevivir. La vida de adulto exige que para triunfar debes pagar un costo elevado. Pero no se complica, no todavía. Eso viene después, las preocupaciones, las reflexiones del qué debería hacer, del qué debería haber hecho o del qué voy hacer. Sólo quiere jugar, sentirse querido, porque pocas veces somos tan perceptivos como cuando somos chicos ya que todo resulta nuevo, interesante, digno de explorar. Es la expresión de la sinceridad. Míralo a él, deseas que nunca cambie, que se quede así para siempre. En cierta medida te reconforta verlo así.

El tiempo pasó, su cara cambió. Es una mezcla extraña de desconfianza a la vida, arrogancia del todo lo puedo y una corriente de rebeldía. No parece un buen coctel a priori, pero se puede deslumbrar en sus ojos de cristal que esconde mucho más, está frágil. Ya no sonríe tanto, y muchas veces lo hace de compromiso, pensando cada vez más en alzar su voz y hacerse escuchar para ya no ser pisoteado por lo que representa la sociedad. Está dando sus primeros pasos a un ser idealista, aunque no lo sepa, hay muchas cosas que ignora, pero están apunto de pasar. Empieza a golpearse, pero no para, sigue adelante como si nada lo tocara. Sin embargo, a pesar de seguir adelante por la inercia misma que caracteriza a los jóvenes de su edad, pero las heridas quedan, quizás sangren después. Sigue siendo perceptivo con su entorno pero se reprime, guarda todo aquello que siente. Aunque cada tanto rebalsen sus emociones, lógicamente, no se pueden encerrar por siempre.

Ahora sí, lo inevitable, la adultez cobro su precio por la supervivencia en un mundo infectado que incluso muchos no pueden soportar. Se mira a sí mismo, y se ve a la distancia, en lo pasado y en lo que podría pasar. Ahora analiza, ahora se preocupa, ahora reflexiona. No quiere asustarse porque sabe que no hay tiempo que perder, las reglas de juego cambiaron, ya no tiene muchas alternativas en un mundo establecido que está en marcha y uno no puede bajarse tan facilmente. Pero es un idealista, esa rebeldía muto y se transformo en pensamiento, en un ideal. Él cree en eso, no es religioso pero en algo tiene que creer, se sostiene y aferra a sus ideales. La vida lo golpeo, vaya si lo sacudió sometiendolo a situaciones limite. Y sin embargo allí está, firme.

Para sorpresa de todos, la vida le dio el mejor regalo del mundo. Pero se lo tuvo que ganar, como pocos. Era un regalo tan increíble, tan especial, que ahora entiende el hecho de haber tenido que luchar por ello. Hasta las últimas consecuencias, entregándose en cuerpo y alma, más allá de lo desgarrador que puede ser el dolor. Ahora lo disfruta, es feliz otra vez.

Mírala a ella. Tan sonriente, inocente sobre todas las cosas. Es la expresión de la sinceridad y el amor en su estado más puro. Míralo a él, como la mira a ella, tan chica, tan llena de vida siendo un verdadero reto no llorar de la alegría, un regalo que le dio la vida pero que él mereció, se lo gano. Él sonríe, pero sonríe a través de ella. Es feliz, a través de ella. Revive su infancia, su sinceridad, el verdadero sentido qué tiene vivir, la simpleza. Sí, todo eso a través de ella, llenándolo aún de más felicidad.

Míralos a los dos, juntos, de la mano, sonriendo, jugando. Él tratándola de guiar en el camino, cuando en realidad ella lo ayuda a caminar todos los días dándole motivos para vivir. Ella lo hizo un mejor hombre, él sólo quiere verla crecer, sólo quiere verla feliz, así de contenta, así de sonriente. A pesar de su edad, ahora son niños los dos.