viernes, 21 de febrero de 2014

Génesis del cambio

En determinadas ocasiones para definir palabras se precisa de su antónimo para entender su concepto. Más aún, hay ocasiones donde las palabras se necesitan la una a la otra para subsistir. Es el caso del bien o del mal, sin la otra ellas no podrían ser materializadas como concepto real. Básicamente, no se podría definir el bien sin que existiera el mal, y viceversa.

Dicho esto, se entiende que el origen de cualquiera de los dos conceptos implica el nacimiento del otro también. A partir de allí, paso a ser un conocimiento tácito que se transfiere culturalmente de qué está bien, de qué está mal. Sin embargo, la complejidad de nuestras vidas, los cambios culturales y los avances de la humanidad provocaron que la ambigüedad destiñera dos conceptos tan extremos, dando un panel de matices entre ambos.

La maldad muto, evoluciono a lo largo de los años haciéndose más fuerte, proporcionalmente a lo que el bien se debilito. Pero el bien sufrió tal destino por el nacimiento de los indiferentes. Aquellos que no son ni buenos, ni malos, ni les importa. No se comprometen, no se involucran, no tienen afinidad por nada ni por nadie que no los incluya, que no los afecte.

La indiferencia es, principalmente, la muerte de la pasión. Muchos llegan al punto de ser indiferentes a sí mismos, a sus deseos y metas. Entonces, ¿Cómo cambiar el mundo si estamos rodeados de maldad e indiferentes?

Una idea puede ser contagiosa y puede transmitirse como un virus, pero debe tener el mismo comportamiento. Un virus nace en un organismo, crece, se fortalece y se transmite. De uno en uno, al contacto. Entonces para generar un cambio, esté nos debe cambiar primero a nosotros. Sintiendo desde el interior que estamos convencidos de lo que representamos, apasionados, y así, de uno en uno, transmitir un cambio.

Ser uno con el cambio, sentirse parte de él.