En definitiva, mentirse, nos impide ver con claridad el horizonte y nos complica el trazado de nuevos caminos. Pero pareciera digno del mejor académico sistemático elaborar un algoritmo capaz de detectar cuando estamos errando en la percepción de las cosas, ya sea de manera voluntaria o involuntaria, para así rectificarnos y eliminar la ceguera temporal. Pero no resulta nada sencillo, ya que la delgada línea que separa lo correcto de lo incorrecto, la verdad o la mentira e inclusive lo real de lo irreal, resulta tan delgada como invisible, al menos al ojo humano. Y más aún, cuando las cosas se transforman constantemente, de un segundo a otro, siendo una mentira fácilmente convertible en verdad y viceversa.
Cómo distinguir entonces un error, cuando podría terminar siendo un acierto. Entonces, mentirse no sería más que un estado transitorio que puede ser verdad o no, ahora o después, dando vueltas tantas veces como sea posible. Porque no existe una única realidad, sino que son muchas realidades coexistiendo al mismo tiempo mientras rotan sobre su propio eje dando vueltas sin parar.
Y tantas vueltas, finalmente, te pueden marear.