martes, 8 de abril de 2014

Sofía

Hay momentos en que la realidad no es suficiente como para que valga la pena vivir. Entonces, y sólo entonces, hay quienes se refugian en la fantasía. Saben como hacerlo, tan simple como sacar un pasaje a un mundo surrealista donde es imposible sentirse mal; es un mundo único, hecho a tu medida, donde todo se puede.

Ella no quería amor, no quería fama, no quería poder. Para ella, la realización de la felicidad constaba en la expresión misma de sus cualidades artísticas: Su cielo era pintar. Podía pasar semanas enteras pintando aquellos paisajes de antaño, animales exóticos mezclandose con la inmensidad, la luz reflejada de la luna como único farol en una extensa noche. Claro que se encerraba en ese mundo, un mundo de abstinencia social, de esfuerzo y perfeccionismo, de completa auto-satisfacción. Al terminar sus obras, decoraba cada rincón de su hogar. Aquel hogar, con falta de luz, húmedo. Después de algún tiempo ella pensó que ya no era necesario salir más, cada retrato invitaba a realizar un viaje tan intenso que se transformo en algo inútil, e incluso irritante, cualquier tipo de contacto con el exterior.

El tiempo pasaba a ritmo veloz, constante, inalterable. Lógicamente, era imperceptible el paso del mismo para Sofía, quien se encontraba en un estado de transe, una especie de elevación espiritual. La conexión con su núcleo interior, sus sentimientos más puros, un mar de pensamientos cristalinos, un canal directo que comunicaba su esencia con el exterior, un exterior que se nutría de todo aquello que Sofía podía crear.

Su vida fue un misterio. Siempre quise conocerla un poco más, en realidad siendo sincero, siempre quise conocerla. Nunca pude entablar una conversación, más que algunos cruces casuales y un par de miradas cruzadas. Sólo tengo algunos breves recuerdos de cuando lograba verla a través de la ventana de su cuarto, practicamente oscuro, llevando puesta su blusa rosa, el pelo recogido y manchas de pintura en su rostro. Claro que sus manos estaban siempre manchadas de pintura, y al tocarse la cara para correrse el cabello siempre dejaba alguna mancha. O al menos eso supongo yo.

Su último trazo fue gris. No es una metáfora, fue estrictamente gris. Lo curioso es que siempre pintaba en colores, pero esa vez fue diferente. Casi, como si supiera que el fin estaba cerca. De hecho lo fue, tan pronto, que al día de hoy todavía me pregunto si había llegado a terminar aquella obra con distintos tonos de grises. Al pensarlo, todavía no puedo descifrarlo. Parece una mezcla de tinieblas, con una sombra entrelazada. Creo que es una sombra, incluso me animaría a decir que es una sombra femenina. ¿Será ella misma?

Se perdió en aquel mundo, aquel mundo que para ella representaba su verdad. Y se olvido del resto, la vida, la realidad. Dejó de alimentarse, casi ya no dormía. Su cuerpo aguanto lo máximo posible hasta que cayó desmayada en un sueño profundo. Estaba muy flaca, intuyo que muy débil también. Los meses pasaron, y me extrañó el hecho de no ver el más mínimo movimiento desde mi casa, ubicada a penas unos metros de distancia de la de Sofía. Pensé que quizás se había ido, pero decidí estar seguro. De hecho, me puse triste al pensar que se había ido, y ni siquiera había pasado a saludar. Lo más triste es que realmente ella no tenía obligación de contarme absolutamente nada a mí.

Llame a la policía, casi con vergüenza, pero no soportaba la idea de no saber si estaba o no en su casa. Al llegar, descubrieron el horror. Estaba muerta, hace ya algunas semanas. Significo tanto para mí siendo practicamente nada. Me había enamorado, y me dí cuenta tan tarde como era posible. La cantidad de veces que me debatí internamente el hecho de juntar el valor necesario, plantarme frente a su casa y decirle todo lo que sentía. Nunca lo hice, no me atreví. Ahora, sólo me queda un te amo atragantado en el alma que ya no llegará a destino.

Lo único que me quedo concretamente de ella, fue un cuadro recuperado por la policía cuando realizaron las pericias. Me lo entregaron porque dedujeron que era para mí. ¿Cómo lo supieron? No era muy difícil de averiguarlo, en el cuadro estaba pintado el retrato más perfecto que alguna vez hicieron de mí. Sofía tenía esa habilidad, de hallar la belleza de todo lo que la rodeaba, incluso si no tuviera belleza aparente. Claramente tuve que brindar una declaración. Sinceramente no ayude en lo más mínimo, el arrepentimiento de no haber expresado mis sentimientos a tiempo, y suponiendo luego, que eso podría haberle salvado la vida, hicieron que me convirtiera en un mar de culpa y rencor. Sin embargo, era un misterio descubrir que ella había pintado algo sobre mí. En el reverso del cuadro, estaban escritas unas simples palabras. Tan simples, que provocaron el estremecimiento más grande de mi vida. Sólo tres palabras que se convertirían en mi eternidad: Te amo, Sofía.